martes, 14 de julio de 2009
Pasado: Uutsio y el Comienzo del Incendio
Cayó la última hoja, un poco alejada del resto.
Otoño había ido dando nombre a cada una de las hojas, por ser el mayor, por no poder La Madre reaccionar, por las lágrimas de Primavera quién buscaba a los pájaros en susurros, por el mutismo peligroso del implosivo Verano.
Y hacia esta última (y no tan humilde, luego se verá) hoja se acercó Otoño, ante la seña del Invierno sabio, y la vio nacer en su esplendor.
Recuerdo haber tocado suavemente el suelo, luego de vagar y bailar un poco más que el resto, luego de disfrutar mi caida libre sin el menor miedo, y así me desaté de mí mismo y me encendí como una hoguera que baila ante el viento, parece apagarse, para luego subir triunfante.
Di un giro sobre mi mismo e iluminé los alrededores alejados de mi Árbol, de mis hermanos , mi primer impulso fue simplemente levantar el rostro y sentir el viento, dejar que se llevara los restos de mi nacer...
Mi segundo impulso fue tirarme hacia el montículo de pasto y flores que se iban (supuestamente, para no volver) y jugar con ellas a la lluvia de hojas secas y reir, como el niño que era.
-Uutsio, ese será tu nombre -me dijo el Hermano Mayor de las Hojas Caídas.
Lo miré mordisqueando un tallo de una margarita ya vencida por el tiempo de nuestro nacer, sin entender mucho. Sonrió.
-Uutsio es Luz Lejana.
Me comí el tallo y sonreí con los dientes llenos de verde. Pero luego mis ojos se llenaron de lágrimas, era lo más amargo que había probado en mi vida (que recien empezaba)...
Concentrados en mi nacimiento estámos cuando comenzamos a escuchar gritos de terror.
El Otoño parecía la muerte, por eso La Madre se reprochaba haber cerrado los ojos, Primavera ya velaba a los suyos, pero Verano no esperaría a que todo terminara (o comenzara) y estalló como solo puede estallar este Hermano cuando quiere hostigar a los que lo viven.
Las Hojas comenzaron a huir del incendio de la sequía...
lunes, 6 de julio de 2009
Presente: Dolores al Despertar
-¡HIJAAAAAAA! -el grito desaforado y (para peor) cantado de mi madre me despierta sobresaltada.
-Madre querida... estabas más simpática y linda (y joven, pienso) en mi sueño.
-A levantarte dormilona... ¿qué sueño?
-Nada, nada, uno de los tantos de esta noche.
Me duele la cabeza, me duele mi madre...
Y les juro, no tengo ganas de levantarme...
Esos sueños me están matando.
-Madre querida... estabas más simpática y linda (y joven, pienso) en mi sueño.
-A levantarte dormilona... ¿qué sueño?
-Nada, nada, uno de los tantos de esta noche.
Me duele la cabeza, me duele mi madre...
Y les juro, no tengo ganas de levantarme...
Esos sueños me están matando.
Presente: Caja de Cristal
Estoy atrapada en una caja de cristal, donde mi pecho de pájaro asustado respira rápido y agitado, retumbando a mi alrededor.
Mis ojos pequeños, luminosos miran la nada, encuentran en rostro de aquella mujer enloquecida, que intenta tocarme estirando la mano
Diez pasos nos separan, diez días nos esperan lejos.
Tiempo eterno para la mujer que mira a través del cristal.
Yo le sonrio, para que se sienta tranquila.
Ella llora, desea acunarme en su pecho.
Siento su pecho tan cerca mío, duermo tranquila.
Ella no está tan lejos.
Nos separan sólo diez pasos, solo diez días.
Otro sueño más...
Detesto dormirme de nuevo y soñar algo completamente distinto, algo completamente de terror o movilizante, me duele el pecho cuando salgo de esos sueños, pues he ido en mente, alma y cuerpo... Y mi cuerpo no resiste esos viajes, esas transformaciones.
No, no estires tu delgada mano.
No, no cierres mis ojos.
No quiero seguir soñando estas cosas...
domingo, 5 de julio de 2009
Pasado: Silencio de Invierno
Comenzó una danza macabra de Hojas que caían sin parecer tener fin.
El rojo sangre, se mezclaba con el dorado, el marrón, el cobre y así, se encendían fuegos ficticios de miles de Hojas cayendo en tantas y tan imposibles tonalidades de naranja, que los ojos no sabían si maravillarse u odiar aquel viento que llevaba y traía a las pequeñas bailarinas.
La Madre lloraba sin saber por qué, sus lágrimas parecían una fina llovizna inesperada, de esas que repiquetean contra una ventana triste, mientras dos criaturas se enredan desnudas en el calor de un sillón, la cama o el piso.
O eso vio en su mente el joven Otoño, de mirada gris y triste, cabello ocre, sonrisa lejana (y sonrió al verse a sí mismo tan lejano y tan antiguo en el tiempo).
Desde lejos, Invierno y los suyos observaban el espectáculo.
No recordaba, él, Viejo y Joven a la vez, aquella sensación de vacío en el pecho desde hace mucho tiempo, que de pronto comenzó a llenarse con palabras, con aquella llovizna, con calor de cuerpos circundantes (que se enredan), con Hojas, viento, tristeza y nobleza.
Invierno nada decía ante el espectáculo, mientras los suyos reían ante "aquel desgraciado nacimiento" ¿vaticinio del fin? ¿tan pronto? No será, el principio y el fin somos nosotros. Decían los que eran niños morados y azules, viejos de nieve, reinas de hielo, princesas seductoras y lejanas (todos convertidos en mito, más adelante).
El Hijo primero del frío simplemente nos miró desde lejos, pensativo, cada vez más dentro de sus pensamientos.
Era sabio, precavido, lento en su andar, apoyado en su bastón: no iba a sacar juicios apresurados sobre el fin o el principio (o renacimiento, o reencarnación, pensó, como palabras que no existían).
Niño de rasgos viejos, viejo de rasgos de niño.
Pequeño y grande, terrorífico, altivo, hermoso…
La Madre con sus manos de guardiana, que se desarmaban y volvían a armar en delicadas tiras de seda, dulces como azúcar negra, había sostenido aquel cúmulo de energía y vida que crecía en sus manos.
El frío aliento del Invierno se había roto en miles de pedazos para crear burbujas de aire y cristal que explotaban en una lluvia de energía cósmica, que volvían en sí, a aquella vida que se creaba en las manos de
Él, mejor que nadie, sabía que esto no era muerte.
Pero callaba pensativo ante el nacimiento de sangre que veía delante suyo. Sangre era vida, toda vida nacía con sangre. Él lo sabía, había estado allí.
Primero el frío, luego el abrigo de La Madre, las manos de aquel ser tan débil en apariencia, tan terrible en realidad.
Luego Los Hermanos, ahora el menor que todo venía a cambiarlo.
No, no lloraría, pero las lágrimas de La Madre serían barridas luego por aquel Invierno que miraba pensativamente.
Estalactitas colgaban de las pestañas de La Madre, en la mente de Invierno.
E Invierno se levantó y comprendió.
Comprendió el comienzo del círculo, el nacimiento de este nuevo Hermano y del que estaba por venir...
Sonrió aún entre la nube de pensamientos que alejaba con paciencia. Sonrió al joven Otoño y Otoño, bailando ya con los pies en la Tierra, sonrió al Viejo-Joven.
Invierno señaló a Otoño hacia atrás de un árbol.
Allí caía la última Hoja, iluminada en su color plata de álamo viejo por la última luz del Sol y la primera de la Hermana Luna.
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Presente: Va y ven
Necesitaba ser acunada en los brazos de un amante, alguien que besara su cabello, la nuca, le mordiera la punta de la oreja, los labios y le susurra cosas lindas, suaves, sucias al oído.
Quería sentirse conectada en ese vaivén con un cuerpo, una mente, un alma... quería desconectarse de su demencia tan caracterizada.
Necesitaba que la acunaran en brazos amantes.
Pero en realidad se acunaba ella sola dentro de su camisa de fuerza.
Las paredes estaban manchadas con poesía en sangre, que ya tenía el color opaco de la sepia.
Despertó sobresaltada.
Quería sentirse conectada en ese vaivén con un cuerpo, una mente, un alma... quería desconectarse de su demencia tan caracterizada.
Necesitaba que la acunaran en brazos amantes.
Pero en realidad se acunaba ella sola dentro de su camisa de fuerza.
Las paredes estaban manchadas con poesía en sangre, que ya tenía el color opaco de la sepia.
Despertó sobresaltada.
jueves, 2 de julio de 2009
Pasado: Despertar y Ver el Horror
Despierta, abre los ojos, estamos muriendo...
Sus ojos de hielo-fuego se fijaron en el infinito de un cielo de plomo y plata, un cielo macizo, en el que corrían carreras algunas nubes ínfimas, apenas más oscuras que el resto.
Su pecho estaba vacío, el sueño se escapaba de su mente. Quería volver a dormir, quería enfurecerse con quien la había despertado, pero al buscar al culpable, sus ojos reposaron en sangre y fuego.
Sangre, fuego y oro era el paisaje delante de ella. Arriba la espada de una tormenta que nunca iba a llegar... o que podría destruirlo todo en pocos segundos.
El arco iris se había borrado, los verdes esmeraldas, las lilas campánulas, los blancos de damas, los rosas de lenguas traviesas, los celestes de ojos mágicos... todo se había transformado en Sangre, Fuego y Oro. Plata, Lágrima y Tristeza.
La Madre observó su error. Se culpó, lo culpó a Él, maldito ser de sombra.
El mundo parecía estar muriendo y los pájaros (¡por el canto, los pájaros!) se habían ido y nunca volverían, o eso creían.
Y Ella vio caer la Primera Hoja... una Hoja que se desprendía del Árbol Viejo ¡suplicio!
Lentamente, iba hacia el suelo, bailaba en el viento (como en el sueño, como en Su sueño) y volvía a caer.
Ojos, cientos de Ojos fijos en aquella Primera Hoja, el Árbol Mayor, La Madre, las bestias, Los Hermanos, todos seguían aquel baile de burla, hacia el suelo, el suelo donde terminaba (o eso parecía) el mundo...
La Primera Hoja se mezcló con el gris pasto, el rocío de aquella mañana, la tristeza de los Ojos que lo miraban, la desesperación hundida en los pechos, las palabras de adiós y desconsuelo que salieron de todos los labios (el principio de la Poesía) y al fin dejó de bailar... reposó...
Todos esperaron el fin... pero era solo el comienzo...
Luz de Sangre, Fuego y Oro. Gritos de Plata, Lágrimas, Tristeza. Palabra perdida en el viento, luz tenue y cálida, muerte de los árboles...
Él, el Otoño nació desenvolviéndose como fuego sobre si mismo, sangrando junto a los árboles que comenzaron a perder sus Hojas, brillando tenuemente ante los rostros oscurecidos...
Nació la Era que todos confundieron como el final...
Sus ojos de hielo-fuego se fijaron en el infinito de un cielo de plomo y plata, un cielo macizo, en el que corrían carreras algunas nubes ínfimas, apenas más oscuras que el resto.
Su pecho estaba vacío, el sueño se escapaba de su mente. Quería volver a dormir, quería enfurecerse con quien la había despertado, pero al buscar al culpable, sus ojos reposaron en sangre y fuego.
Sangre, fuego y oro era el paisaje delante de ella. Arriba la espada de una tormenta que nunca iba a llegar... o que podría destruirlo todo en pocos segundos.
El arco iris se había borrado, los verdes esmeraldas, las lilas campánulas, los blancos de damas, los rosas de lenguas traviesas, los celestes de ojos mágicos... todo se había transformado en Sangre, Fuego y Oro. Plata, Lágrima y Tristeza.
La Madre observó su error. Se culpó, lo culpó a Él, maldito ser de sombra.
El mundo parecía estar muriendo y los pájaros (¡por el canto, los pájaros!) se habían ido y nunca volverían, o eso creían.
Y Ella vio caer la Primera Hoja... una Hoja que se desprendía del Árbol Viejo ¡suplicio!
Lentamente, iba hacia el suelo, bailaba en el viento (como en el sueño, como en Su sueño) y volvía a caer.
Ojos, cientos de Ojos fijos en aquella Primera Hoja, el Árbol Mayor, La Madre, las bestias, Los Hermanos, todos seguían aquel baile de burla, hacia el suelo, el suelo donde terminaba (o eso parecía) el mundo...
La Primera Hoja se mezcló con el gris pasto, el rocío de aquella mañana, la tristeza de los Ojos que lo miraban, la desesperación hundida en los pechos, las palabras de adiós y desconsuelo que salieron de todos los labios (el principio de la Poesía) y al fin dejó de bailar... reposó...
Todos esperaron el fin... pero era solo el comienzo...
Luz de Sangre, Fuego y Oro. Gritos de Plata, Lágrimas, Tristeza. Palabra perdida en el viento, luz tenue y cálida, muerte de los árboles...
Él, el Otoño nació desenvolviéndose como fuego sobre si mismo, sangrando junto a los árboles que comenzaron a perder sus Hojas, brillando tenuemente ante los rostros oscurecidos...
Nació la Era que todos confundieron como el final...
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Presente: Uno se Pierde a Veces...
Se siente atrapada en una caja negra, en la cual se convierte en una muñeca de trapo, a la cual le mueven los hilos, le absorben la energía, le llenan de alfileres el corazón y queda allí, relegada al olvido y al polvo de su propio pasar del tiempo… sin que ella pueda moverse. Le han quebrado el pensamiento, las energías… Le han quebrado lo que quedaba de alma…
miércoles, 1 de julio de 2009
Pasado: Nacimiento
Por primera vez dejó que el sueño la alcanzara y sus labios se abrieron para sentir la lengua fría de aquel ser vestido de vacío y eternidad.
Ella reposaba su cabeza entre las raíces de un árbol. Él reposó su cabeza en el pecho de aquel cuerpo cálido.
El abanico de pestañas grieses se cerró ocultando los ojos de fuego y hielo, que hasta ese momento habían velado por la creación de los colores del mundo.
Y el mundo, al saberse vulnerable sin la mirada de su Madre, comenzó a perder lo creado.
Todo parecía morir, mientras ellos dos se amaban secretamente en el sueño inalcanzable por aquel mundo mezquino, que solo la quería para sí.
Es así que comenzó la primera Era de Otoño, donde yo nací.
Los árboles cambiaron (perdieron, dirían ellos, siempre exagerados) su color, las flores murieron, aparecieron esas frutas raras y escasas que todos rechazaban con miedo, y los pájaros (¡los pájaros!) se fueron a un lugar lejano, aparentemente para no volver nunca más. La Era de Otoño parecía más terrible que la Antigua Era de Invierno.
Parecía una muerte lenta y agonizante, donde ves al otro perder su color y el otro te ve perder el tuyo... y nadie puede hacer nada.
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