jueves, 1 de julio de 2010

Presente: La Carta, las preguntas


¿Quién sos?
Dejaste de ser vos, cuado dejaste que el yugo del odio tomara tu alma, te transformara en polvo, en una niebla y dejaste que se esfumaran tus sonrisas, para hacer tu rostro, triste, un baúl lleno de sombras.
¿Quién sos?
Perdiste tu fortaleza, no sabes como pelearla, piensas que la muerte es una buena amiga, la enfermedad una compañera eterna y los desvarios de la mente aquellos que ahora son solo parte de tu vida.
¿Quién sos?
Que te has atrapado en las redes de una mentira, el amor es una mentira llena de violencia, la mentira es parte de tu vida y se vuelve un odio que oscurece tu vida.
Te has alejado, te has dejado violar, vejar y has dejado que te saquen todos tus hijos de las entrañas.
Tu mente se ha tornado oscura, retorcida, no te reconoces en los espejos, sos una vieja débil y enferma, cruel y harapienta, vestida con la piel de una hermosa mujer.
Te han arrancado la lengua, no sabes hablar, no puedes gritar, te olvidaste como contruir tu mundo y darle el poder necesario a tus palabras.
¿Quién sos? ¿Dónde has quedado?
Ha desaparecido la leona que protegía a su cría, la caricia que comprendía el dolor y te has vuelto carroñero de tus propios sueños, dolor para los otros y has destruido tu mundo, dejando que otros lo destruyan, destruyan a tu vientre ya marchito donde se cobijaban tus hijos vivos. Te los has dejado arrancar, hacer odiar, te los han quitado como te quitaron tus sueños, tu sonrisa, tu juventud de primavera en los ojos del otoño.
Simplemente, te has dejado.
Y los abrazos se han alejado y ya tu cuerpo no cobija a nadie, las sombras embadurnan tu cuerpo de mierda, tu mente de pensamientos personificados en la escoria que te acompaña a cada lado, como una sanguijuela que te chupa cada segundo de tu vida, cada centímetro de tu alma.

Por suerte se que tu alma es infinita y que nadie puede destruirte completamente.
Te veo golpeada en un rincón, a tu mente debilitada en ese rincón donde la han pateado, la han escupido, la han amenazado con terminar con ella y con los colores que quedaban allí.... y eso terminó de destruir esos hermosos los colores que quedaban.
Te proteges con las manos y con esa voz débil que quiere gritar, pero sigues atrapada en ese rincón, contra esa pared fría, porque no has superado a tus propios asesinos, a tu propia muerte ni a vos misma. Todos siguen allí, asesinándote cada vez más y no puedes liberarte de ellos, porque tus ataduras las has reforzado vos misma. Y temes. ¿A qué le temes? Si matas con una mirada. ¿A qué le temes? Si con solo hacerte una promesa puedes hasta morir porque ese ideal se cumpla. ¿A qué le temes? A los fantasmas que rondaron tu vida, seguro, pero son fantasmas que no superas, nada más, peor es el enemigo que hay cerca y que nos envenena con palabras dulces, pero en realidad nos golpea fragilizando nuestros huesos y convirtiendo nuestras neuronas en gusanos asesinados en alcohol.
¿A qué le temes? Si estás perdiendo todo.

sábado, 20 de marzo de 2010

Pasado: Ser del Viento...


El problema de ser un Ser de Aire es que en algún momento tu esencia se vuelve de aire mismo…
Y como fui antes cuerpo y alma en una hermosa y perfecta conjunción de estos dos elementos y mi vida fue triste y alegre a la vez en la tierra, rodeado de mis hermanos y hermanas, mi mente espiritual no se dejó llevar solo por el viento de los ocho puntos, por los de los mares y montañas, por las brisas calientes de los desiertos y los de las frías estepas de pasto abundante o por las ráfagas y huracanes.
En un momento de mi existencia como alma que lleva el viento (literalmente hablando… aunque ustedes, humanos, no se si lo entiendan correctamente, ya que son la aleación imperfecta de un alma empequeñecida por un cuerpo demasiado emperifollado*), decía, en un momento de mi existencia entre los miles de vientos noté algo que no muchos notaban: es muy bonito ser parte de las auroras, de los amaneceres, de las nubes, de los cielos… pero es aún más privilegiado poder abarcar el cielo y la tierra**.
Desde allí arriba mi visión de la tierra que amé era perfecta, podía ver sus cambios, sus necesidades, sus tristezas y sus fiestas, sus nuevos seres y sus seres viejos. Los que recién nacían, los que renacían, los que se iban a dormir.
Bajé un poco para verlos más de cerca y el viento que traía el aroma de las estrellas se me acercó:
-¿A dónde vas, parte de mí ser, que bajas hacia la tierra que no ve bien las estrellas, la luna, el sol?
-No me voy tan lejos, viejo pesado, simplemente quiero acercarme a oler también el aroma de la nieve en las montañas. No jodas, ¿quieres? Las galaxias son muy bonitas, recuerdo haberlas visto, tirado en el mullido pasto, azul a estas horas de la noche, contando innumerables almas que se cruzaban en una danza lentísima de movimiento universal… pero hermosa.
-Desde aquí ves más de cerca esa danza… -me dijo en tono complaciente, pero se sentía el huracán muy cerca…
-Pero no siento el pasto bajo mi espalda.
Y bajé deprisa, noté que comenzaba a tomar forma de algo, al alejarme de los vientos lejanos***.
Rocé las nubes por primera vez en mucho tiempo y me di cuenta que había olvidado que no eran simples volutas de aire hecho humo, sino que había tanta vida allí como abajo había seres. El aroma a cristales de agua, a nieve naciente, a hielo condensado, a seres de agua, era como sentirse vivo y volver a nacer. Me puse a hacer formas en las nubes rápidas, a desaparecer y volver a aparecer como volutas que dan vueltas sobre sí mismas.
Me reía de sólo saber que abajo había alguien adivinando mis formas, sonriendo distraído, disfrutando del espectáculo. Sabía que podría hacer sonreír a alguien. Que más que ser aire que vaga de un lado a otro, distraído, indiferente, era parte de la tierra, estaba cada vez más cerca, era alguien que daba motivos para activar la imaginación, ser parte de un comentario, de una risa, de una inspiración nacida en la mente melancólica de alguna poetisa trágica.
Descubrí que el cielo es más que aroma a estrellas, a nube, a agua en mil formas. También era dibujos de un pincel que todos conformábamos allí.
Recuerdos violentos me sacudieron, de cuando era el último hijo del Otoño. Recordaba las tardes de joyas de color ocre, rojo cual labios de Hija de la Primavera, naranja como las frutas perfumadas del árbol de la colina, amarillo pálido como los ojos de mi amante favorita, más el celeste grisáceo de los mares de nubes, de los plateados igual que la mirada del viejo Invierno…. una tristeza alegre exaltaba en mi corazón al ver las pinturas de aquellas miles de manos suaves que surcaban nuestras miradas cuando levantábamos el rostro para sorprendernos con un nuevo cielo… tan diferente al de ayer…
El cielo en sí, era aire puro, pero ese aire ya no brillaba como diamantes de una galaxia lejana… era condensado por los elementos de la tierra y allí brillaba la vida en mis colores y aromas que me ahogaban y que me permitían ver más de cerca el mundo que adoraba.
Logré acarrear nubes hasta donde las palmas oscuras de unos hermosos seres se elevaban clamando agua para curar sus labios quebrados de tanta sequía.
Pinté de mil colores un atardecer como fondo del más hermoso Árbol Viejo de la tierra, para que los jóvenes que jugaban a inmortalizar momentos con sus manos y pigmentos, pudiera acariciar con sus tinturas aquella imagen que dejaban impregnada en sus papeles.
Lloré con mil viudas convocando tormentas y las reconforté organizando millones de hileras de seres de agua, para que creáramos los más hermosos arcoiris (he de admitir que me acerqué a besarlas, como la despedida del amante dormido).
Creé cientos de charcos para que los animales bebieran, cuando ya el agua era una esperanza que se desvanecía.
Acaricié los rostros de los amantes abandonados, con delicados soplos.
Me di cuenta que volar en aquellos cielos perdidos, no significaba perderse uno mismo… podía ver desde un lugar privilegiado las grietas que se iban formando en un mundo cada vez más imperfecto.
Sanar las almas renacidas de mis hermanas y hermanos se volvió mi objetivo…
Quizás fue la primera (y única) vez que mitigué mi egoísmo y dejé de concentrarme solamente en soltar mi espíritu a la decisión de los vientos. En dejar las comodidades de observar las estrellas, acostado en corrientes lejanas, que ya olvidaban a los seres de la lejana tierra.


De noche solía recostarme en la nube más mullida que encontraba a observar el nacimiento de las estrellas y el venir de la hermosa Luna. Y cuando los rostros brillantes de todas ellas estaban a mi lado, juntos nos poníamos a observar a los seres de allí abajo.
Podía verlos.
Podía ver lo que ellos no lograban ver a la altura de sus narices.
Podía ayudarlos simplemente por poder observar sus almas de fuego, brillando allí abajo.
Podía sanarlos, aún siendo un ser errante de los mil vientos.



Notas mías y solo mías, para ustedes, humanos, que a veces (pobres, no comprenden nada:
*Ja, cómanse esa palabra, ¡babosos!
**Suena a proyecto ambicioso, ¿no? Humanos… ¿cuando van a comprender que su pobre capacidad mental está muy anclada a su pobre cabeza?
***No, no me equivoqué (nunca me equivoco y si lo hago, es adrede… para confundirlos). Es una redundancia literaria, humanos, queridos, niños, pequeños… pulgas de gato sarnoso…

miércoles, 6 de enero de 2010

Presente: Depósito de Sueños


El lugar estaba abarrotado de colores de cielos de tormentas, de atardeceres, de noches lunares, de espíritus imaginados y vivos, de voces de timbres increíbles, de música de ensueño... lo inundaban seres increíbles, libros escritos de palabras dichas, de ideas volátiles pensadas en un otoño oscuro, de primaveras hechas jardines de hojas, de flores secas, de sonrisas y besos... caían a raudales recuerdos hermosos, alegría de años pasados, juegos olvidados por los ficticios estados de madurez, belleza en las cosas simples de los detalles más importantes...

El lugar parecía un bazar a punto de reventar, enquilombado, confuso... pero solo para los ojos que no supieran ver.
Si uno miraba bien, cada cosa estaba en su lugar y podía encontrar su rincón favorito donde reposar tranquilo y ver las miles de maravillas de ese lugar que robó elementos de las páginas de las Mil y Una Noches, de algún cuento de Asimov, de sombras pintadas por Poe y Lovercraft, de una Alicia que perseguía al conejo por los espejos y se detenía a jugar a ajedrez con caballeros de armaduras doradas, con seres que le enseñaban magia traída de tierras escondidas.

Seres oscuros se movían cual sombras, pero sus ojos y sus sonrisas brillaban en los rincones, buscándose, peleando, riendo, amándose descaradamente tras algun biombo olvidado, sacando sus armas y enfrentándose con el ardor de la pasión aún en los labios mordidos. Vampiros rondaban los baúles, ataúdes, cajones, cajitas y espejos en los que no podían verse. Hermosas criaturas, bellas mujeres, creaciones de papel se desgarraban para volverse reales y poder volar libre entre las pupilas de los transeúntes.

Era todo un mundo aquel lugar, donde podías encontrar la esencia misma de la creación, de la belleza de lo simple, fuente de ideas, nacimiento de sensaciones, vorágine de magia perdida por los humanos, humo de saumerios que formaban palabras y figuras, un cigarro encendido que apestaba los libros, vómito constante de palabras sin decir, sin escribir, sin dueño.

Miré tristemente aquel hermoso lugar, mágico, único... con tanta vida propia.
Sus dueños se empecinaban en echar sombras a lo que creaban allí dentro y cerrar con llave aquel Depósito de Sueños.

martes, 24 de noviembre de 2009

Presente: Lisandro y el Abismo



En un papel arrugado, encima de mi escritorio, se lee:


Estaba cansado de ver la liviandad con que otros se tomaban la vida. El desinterés. El abandono… la decepción que algunos seres le causaban al observar como vivían su propia vida.

Había vivido poco en cada una de sus vidas, pero las había vivido intensamente y siempre había sabido un secreto crucial en la humanidad: “aprehender y recordarlo siempre”.

Y lo había hecho, en cada vida había aprehendido lo que los demás y la tierra tenían para darle y había tratado de recordarlo en cada renacimiento.

No siempre era muy buena la memoria, pero a medida que miraba a los otros, comprendía y recordaba, e incluso sentía mucho tedio de que sus mismos errores, los mismos errores de la humanidad, de los padres, de los dioses y la historia fueran repetidos hasta el hartazgo por todos y cada uno de los que lo rodeaban.

Lisandro fumó su primer y último cigarrillo y vino a su mente su propia visión, de sus propios pulmones podridos en otro cuerpo, en otro espacio, en otra historia. De la muerte prematura que se acercaba al escritor alcoholizado, drogado, enfermo, veía el cabezazo contra el espejo en el cual estaba observando su propia ruina, su propio tedio, sus propios errores.

Lisandro se sentó en el filo de la ventana del piso en el que vivía su padre.

El décimo.

Cansado de ver y oír…

No sufría por si… pocas cosas de las que hiciera bien o mal lo atormentaban. Al contrario, adoraba equivocarse, meter la pata, sufrir, llorar… todo eso venía seguido de risas, encuentros, amores, abrazos, pruebas de vida, de fidelidad, de confianza… Bellas cosas que ya había experimentado, pero que en cada nuevo suceso era tan diferente, tan intenso.

Cada relación era tan nueva, por más de que las vidas pasadas las hubiesen desgastado… por más de que el otro no lo recordara, Lisandro se veía a sí mismo y al otro en lugares impensados.

No, la verdad ya no sufría por sí mismo…

No quería hacerlo y ya no sabía como…

Sufría por los demás. Los demás y esos errores de los que era (parecía) imposible rescatarlos, lo agobiaban, hacían saltar las lágrimas de sus ojos, le daban ganas de arrancarse a tiras la piel para demostrarles a los otros que había algo peor que todo aquello: el egoísmo de la locura, de la enfermedad o del suicidio.

Miró atrás y vio a su padre en el suelo.

Roncaba potentemente, con varias botellas de vodka y wisky a su alrededor.

El piso estaba bañado en alcohol casi puro y sangre que se mezclaba de algún golpe que el hombre, borracho, se había dado contra algun mueble.

Lisandro volvió a dar una pitada al cigarrillo y meció sus pies en el vacío.

La caída de aquel hombre, en los últimos años, había sido más grande que el vacío que había debajo de Lisandro.

Allí, en el suelo, hediendo a alcohol, a tabaco, a vómito y mierda, estaba el hombre que había amado… y siendo hombre no tenía vergüenza de decirlo: su padre en algún momento había sido su ejemplo, su héroe, su gran pasión.

Era quien le había enseñado mucho... todo lo que sabía en esta nueva vida.

Le había enseñado los caminos a tomar y le había señalado el mejor, sin descartar que siempre habría otros caminos llenos de errores que se abrían a los costados… pero que podía volver al correcto con lo aprehendido en los malos, sin arrepentirse de lo hecho.

Le había prometido que nunca se quedaría solo por más errores que cometiera.

Le había hablado del valor, de la confianza, de la amistad, de la fuerza, de la pasión por el trabajo, por lo que uno hacía o quería hacer.

Le había enseñado a no desistir…

A seguir creciendo.

A aprender.

A tomar la vida como el viaje más bello.

A vivir intensamente hasta las cosas más pequeñas.

A valorar su vida y la de los otros…

A valorar los errores, las malas experiencias y a sobrepasar las debilidades.

Y el vacío, realmente, al que había caído aquel hombre tirado en el suelo, era más grande que el que se abría a los pies de Lisandro.

Lisandro no tenía una vida mala.

Era feliz.

Reía seguido.

Amaba a alguien.

Trabajaba bien (no de lo que quería, pero era joven, solo tenía 23 años, ya pronto arrancaría su verdadera vocación).

Le gustaba “estudiar” (nunca estudiaba, solo aplicaba las herramientas que le daban, pero no tocaba un libro hasta el último momento).

Tenía poquísimas cosas materiales a las que atarse.

Y sabía lo que quería, lo que amaba, lo que le apasionaba…

Había aprendido todo de aquel hombre destrozado en el alma, que yacía en el piso…

A Lisandro, aquel hombre, le dolía.

Le dolía los dolores de los demás.

No lo dejaba ser completamente feliz lo que lo rodeaba (el mundo, la realidad, la gente, esos dolores y caídas que no terminaban, el no poder ayudarlos a dejar de caer).

No podía volver a observar al hombre detrás suyo.

Lisandro miró una vez más el abismo debajo de él.

Simplemente desapareció, como había prometido que haría alguna vez.


Y yo estoy, sentada en el suelo sin saber que hacer con ese cuento arrugado que quería darle a mi padre...

jueves, 19 de noviembre de 2009

Pasado: Días sin Cuerpo


Ser un alma al viento puede ser la experiencia más gratificante de todo aquel que no se ata a la tierra, es simplemente ser etéreo y descubrir que aire es un suspiro eterno de la Madre...
Ser un alma al viento, me enseñó mucho del mismísmo viento en sí.


El viento, el aire, la brisa, llámenla como quieran, puede ser tan incoloro para algunos, que solo lo perciben cuando desacomoda cabellos o se enreda en las hojas de los árboles hasta hacerlas cantar...

Pero justamente, el viento es eso: un color que es invisible al común de ustedes... humanos... y un sonido constante que solo muy pocos se atreven a tratar de descifrar.

Es una exhalación constante.
Son los suspiros perdidos de millones de enamorados, de niños que lloran desconsolados, el aliento de los dormidos, que bostezo de los que despiertan, pequeñas brisas creadas por todos y a la vez por nadie, que se han perdido en el tiempo y vagan en el espacio.
Es el grito mudo en la garganta moribunda o el soplido de los años que se van.

El viento, la brisa, el aire, el suspiro de la tierra es recuerdo Pasado, Presente, Futuro y movimiento de cada uno de ellos.

Es tierra enfurecida que se mete en los lagrimales de los hombres

Es tormenta marítima que asesina y calma las almas aventureras o deslumbra y ruge con los que exclaman emocionados la vida ante los desafíos del agua profunda.

Pero en sí, el viento es una caricia constante que crea esa madre para sus hijos en la tierra.

El viento parecía no tener color, sabor, ni cuerpo; no podía exhibir plumas, ni bailes, ni miradas.
El viento en algún momento se convirtió en un largo lamento mudo alrededor de la tierra.

Sabía que podía levantar el velo de las enormes faldas, pero eso complacía a unos pocos testigos presentes y sonrojaba a las niñas de pestañas presumidas.

O que era un estorbo en los pisos de las señoras fregonas a las que intentaba regalar tierra, flores, hojas y plumas (y siempre era maldecido).

Y sabía que su caricia era tan etérea que con el tiempo era olvidada por los hombres que se volvían de piel de piedra y rutina, la volverse sus corazones insensibles a las chispas de la vida.

El viento, entonces... robó el sonido.

Descubrió que era un creador de música, con ser simplemente aire, brisa o huracán.

Dirigió la orquesta más grande de mosquitos y moscardones en el mundo, a la que se sumaron colibríes, libélulas, escarabajos y chicharras. (1)

Después aprendió a meterse en las hendijas, los aleros, las esquinas y casas embrujadas y se divirtió asustando a niños con lamentos inventados o exaltando la imaginación de algún escritor que aún sabía escuchar.

Enseñó a cantar a los árboles y sus mejores alumnos fueron los sauces y los álamos. (2)

El viento luego creo formas.

Se llevó las lágrimas de una joven que lloró la muerte de tres álamos a los que amaba por su canto en los días de viento y convirtió esas gotitas en rocío para las raíces secas.

Convirtió el pelo de la gente en nidos y madejas imposibles de desenredar.

A los papeles y bolsas de plástico en danzarines excepcionales.

A las hojas secas en lluvia sin agua.

A las flores en perfume flotante.

El viento robó el color de las burbujas, de las hojas, de la tierra, del agua, del fuego, de las nubes, de la luz y las sombras.

Creo un mundo en los cielos y lo bajó a la tierra en forma de miles de cosas que se movían de aquí para allá, bailaban entre la gente, arrancaban casas de tirón, volcaban todo a su paso...
O simplemente era viento, brisa, aire que abrazaban a los jóvenes amantes en un día de frío, a alguien que recordaba el calor de los brazos de su amor, o que mecía los cabellos de aquella joven que saltaba desfachatada y feliz por la calle dejando que sus largos mechones se desacomodaran.

Meció la silla de la anciana sola y olvidada.
Se hamacó junto al niño que todos dejaban por ser extraño.
Fue el último en besar la frente de los que morían solos en batalla.

Robó el sonido de los guijarros atados, para cantar con dulces voces, adormecer hasta la muerte a los viejos cansados o despertar los ojos curiosos de los niños que vivirían mucho.

Y llevó las melodías de las sirenas a los suicidas hombres enamorados. (3)

Y apartó a los que se hacía llamar dioses cuando los hombres querían hacer travesuras y comer manzanas en los árboles más altos.

También provocó revuelos de plumas en los que se hicieron llamar ángeles y enfureció a muchos al burlarse de un poder que se adjudicaban y que solo era de las criaturas reales.


Y por supuesto, surcó los cielos en mil formas y colores, junto a las criaturas que volarán eternamente...

El viento, señores, es una gran Vida que ninguno de ustedes ha logrado descubrir.






Notas de este escrito que mi carácter egocéntrico no puede omitir (no me perdonen por serlo, me encanta):
(1) El hombre, lógico, suplantó esa música con horribles sonidos chirriantes, escandalosos y atomizadores para acabar con algunos de los bichos... así perdimos al mejor barítono mosquito de la historia, cabe aclarar.
(2) Según mi parecer los álamos y los sauces son los mejores cantantes, puede usted estar en desacuerdo y la verdad, a mí, Uutsio, no me importa.
(3) La primera vez que los vi en acción con mis propios ojos no paré de reírme y de repetirme que eran unos reverendos estúpidos.

martes, 3 de noviembre de 2009

Presente: Pintores y Locos...

Estériles.

Eso son los "nuevos museos".
Estériles.
Las manos de los pintores son madres que no pueden parir una sola idea nueva; las manos de los escultores son madres de huérfanos.
Los lápices, los óleos, las acuarelas, se pierden abandonados ante la desgracia de una máquina que reproduce a los pintores de ojos esmerilados y perdidos en un mundo artístico ya atravesado por otros.
Voy flotando en la vorágine de pasillos blancos, demasiado iluminados, cegantes, con "obras con sonido", "obras móviles", mucho colage, la estatua de una mujer sentada en un mingitorio, un falo rosado, un caniche azul y verde embalsamado…
Color, demasiado, luz, mucha... desean dejarte ciego en un torbellino de cosas inentendibles...
La tienda de un chino que vende miles de cositas baratas está menos abarrotada.
Me alejo de aquel lugar.
Busco Luz de Verdad.
Busco Aire.
Busco algo que despeje mi cabeza antes de que estalle en confeti.

Un pasillo se abre lejano, solitario.
Se suceden baldes de arena, matafuegos, carteles de salida, indicaciones… Quizás a alguien “original” se le ocurrió hacer una obra con… encuentro un cartel que dice “Emergencia Y Salida… De…”
Fulanitos. “Artistas”.

Delante, de una habitación apartada sale luz que parece humo. Se despliega en extrañas volutas que bailan con formas extrañas, firuletes delicados, arranques de desesperación hermosos.
Con cautela, entro, como si temiera algo allí.

Las paredes parecen desgarradas por personajes que estiran sus manos para tomarme.
Frases recorren el lugar y mil verdades se agolpan en cada una de ellas y se reproducen en mis labios como un susurro grotesco.
Me acerco a una mujer que ha sufrido y está quebrada. Una mujer que no se reconoce a sí misma ni a través del espejo, ni a través de sus propios ojos. Es la única que no desea salir de la pared, porque cree que nunca saldrá. Las palabras la envuelven y se vuelven poesía y lápiz negro. La mujer quebrada es la que desgarra la habitación y hace que los otros personajes deseen huir de aquellas paredes.
La verdad, nunca se ha visto reflejada, la verdad siempre ha sido una utopía… pero se plasma allí, en esos rostros, en esas personas, en esas vidas traducidas en miles de colores que destacan sentimientos propios.
No puedo despejar mis ojos de ellos.
Los absorbo, ¿me absorben?

Sin poder despegar la mirada de los seres que rozan mi cabello, mi rostro, por el rabillo del ojo aparece una criatura de humo oscuro, cabello escandalosamente amarillo, mirada y sonrisas brillantes. Parece que se escapa de entre las paredes y me susurra al oído con voz suave que quizás nadie quiso todo aquello, nadie quiere ver lo que tienen para mostrar los pinceles que pintaron esta habitación.

“Quizás nadie quiera verlo por no verse a si mismo”, murmuro y cuando busco a la criatura, ha desaparecido… la habitación está en blanco y solo al medio se erige un pedestal en donde yace una vieja lapicera negra, con manchas de tinta (tinta-sangre) a los costados.
Alguien ha escrito: “Nadie puede traducir la verdad, solo los locos que la pueden ver y pintar.”


Salgo de un mundo de mentes, ideas, verdades de luz y oscuridad. Vuelvo a la esterilidad de los nuevos museos.

jueves, 29 de octubre de 2009

Presente: Palabras Hechas Muros


La niña que escribe las paredes con sangre se ha quedado sin tinta en las venas.
Mira con sus ojos muy abiertos, enormes, terroríficos, bordeados en sombras de sueños sin dormir, lo que escribió durante tanto tiempo… y ahora no puede seguir con su texto, con los delirios de su mente… Ahora los delirios serán el texto de su mente, cada día y la absorberán hasta encerrarla en las paredes....
La niña, loca, demente, me observa.
No puedo ver esos ojos sin fondo, esas sombras de sueños no soñados que rodean esa mirada cada vez más grande…
La niña toma mi mano, abre mis venas. Comenzamos a escribir.

Sueños malditos si los hay…
Si no saco a mis personajes de mi cabeza ser harán delirio sin texto, se harán muro en mi mente…