jueves, 19 de noviembre de 2009
Pasado: Días sin Cuerpo
Ser un alma al viento puede ser la experiencia más gratificante de todo aquel que no se ata a la tierra, es simplemente ser etéreo y descubrir que aire es un suspiro eterno de la Madre...
Ser un alma al viento, me enseñó mucho del mismísmo viento en sí.
El viento, el aire, la brisa, llámenla como quieran, puede ser tan incoloro para algunos, que solo lo perciben cuando desacomoda cabellos o se enreda en las hojas de los árboles hasta hacerlas cantar...
Pero justamente, el viento es eso: un color que es invisible al común de ustedes... humanos... y un sonido constante que solo muy pocos se atreven a tratar de descifrar.
Es una exhalación constante.
Son los suspiros perdidos de millones de enamorados, de niños que lloran desconsolados, el aliento de los dormidos, que bostezo de los que despiertan, pequeñas brisas creadas por todos y a la vez por nadie, que se han perdido en el tiempo y vagan en el espacio.
Es el grito mudo en la garganta moribunda o el soplido de los años que se van.
El viento, la brisa, el aire, el suspiro de la tierra es recuerdo Pasado, Presente, Futuro y movimiento de cada uno de ellos.
Es tierra enfurecida que se mete en los lagrimales de los hombres
Es tormenta marítima que asesina y calma las almas aventureras o deslumbra y ruge con los que exclaman emocionados la vida ante los desafíos del agua profunda.
Pero en sí, el viento es una caricia constante que crea esa madre para sus hijos en la tierra.
El viento parecía no tener color, sabor, ni cuerpo; no podía exhibir plumas, ni bailes, ni miradas.
El viento en algún momento se convirtió en un largo lamento mudo alrededor de la tierra.
Sabía que podía levantar el velo de las enormes faldas, pero eso complacía a unos pocos testigos presentes y sonrojaba a las niñas de pestañas presumidas.
O que era un estorbo en los pisos de las señoras fregonas a las que intentaba regalar tierra, flores, hojas y plumas (y siempre era maldecido).
Y sabía que su caricia era tan etérea que con el tiempo era olvidada por los hombres que se volvían de piel de piedra y rutina, la volverse sus corazones insensibles a las chispas de la vida.
El viento, entonces... robó el sonido.
Descubrió que era un creador de música, con ser simplemente aire, brisa o huracán.
Dirigió la orquesta más grande de mosquitos y moscardones en el mundo, a la que se sumaron colibríes, libélulas, escarabajos y chicharras. (1)
Después aprendió a meterse en las hendijas, los aleros, las esquinas y casas embrujadas y se divirtió asustando a niños con lamentos inventados o exaltando la imaginación de algún escritor que aún sabía escuchar.
Enseñó a cantar a los árboles y sus mejores alumnos fueron los sauces y los álamos. (2)
El viento luego creo formas.
Se llevó las lágrimas de una joven que lloró la muerte de tres álamos a los que amaba por su canto en los días de viento y convirtió esas gotitas en rocío para las raíces secas.
Convirtió el pelo de la gente en nidos y madejas imposibles de desenredar.
A los papeles y bolsas de plástico en danzarines excepcionales.
A las hojas secas en lluvia sin agua.
A las flores en perfume flotante.
El viento robó el color de las burbujas, de las hojas, de la tierra, del agua, del fuego, de las nubes, de la luz y las sombras.
Creo un mundo en los cielos y lo bajó a la tierra en forma de miles de cosas que se movían de aquí para allá, bailaban entre la gente, arrancaban casas de tirón, volcaban todo a su paso...
O simplemente era viento, brisa, aire que abrazaban a los jóvenes amantes en un día de frío, a alguien que recordaba el calor de los brazos de su amor, o que mecía los cabellos de aquella joven que saltaba desfachatada y feliz por la calle dejando que sus largos mechones se desacomodaran.
Meció la silla de la anciana sola y olvidada.
Se hamacó junto al niño que todos dejaban por ser extraño.
Fue el último en besar la frente de los que morían solos en batalla.
Robó el sonido de los guijarros atados, para cantar con dulces voces, adormecer hasta la muerte a los viejos cansados o despertar los ojos curiosos de los niños que vivirían mucho.
Y llevó las melodías de las sirenas a los suicidas hombres enamorados. (3)
Y apartó a los que se hacía llamar dioses cuando los hombres querían hacer travesuras y comer manzanas en los árboles más altos.
También provocó revuelos de plumas en los que se hicieron llamar ángeles y enfureció a muchos al burlarse de un poder que se adjudicaban y que solo era de las criaturas reales.
Y por supuesto, surcó los cielos en mil formas y colores, junto a las criaturas que volarán eternamente...
El viento, señores, es una gran Vida que ninguno de ustedes ha logrado descubrir.
Notas de este escrito que mi carácter egocéntrico no puede omitir (no me perdonen por serlo, me encanta):
(1) El hombre, lógico, suplantó esa música con horribles sonidos chirriantes, escandalosos y atomizadores para acabar con algunos de los bichos... así perdimos al mejor barítono mosquito de la historia, cabe aclarar.
(2) Según mi parecer los álamos y los sauces son los mejores cantantes, puede usted estar en desacuerdo y la verdad, a mí, Uutsio, no me importa.
(3) La primera vez que los vi en acción con mis propios ojos no paré de reírme y de repetirme que eran unos reverendos estúpidos.
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