martes, 24 de noviembre de 2009

Presente: Lisandro y el Abismo



En un papel arrugado, encima de mi escritorio, se lee:


Estaba cansado de ver la liviandad con que otros se tomaban la vida. El desinterés. El abandono… la decepción que algunos seres le causaban al observar como vivían su propia vida.

Había vivido poco en cada una de sus vidas, pero las había vivido intensamente y siempre había sabido un secreto crucial en la humanidad: “aprehender y recordarlo siempre”.

Y lo había hecho, en cada vida había aprehendido lo que los demás y la tierra tenían para darle y había tratado de recordarlo en cada renacimiento.

No siempre era muy buena la memoria, pero a medida que miraba a los otros, comprendía y recordaba, e incluso sentía mucho tedio de que sus mismos errores, los mismos errores de la humanidad, de los padres, de los dioses y la historia fueran repetidos hasta el hartazgo por todos y cada uno de los que lo rodeaban.

Lisandro fumó su primer y último cigarrillo y vino a su mente su propia visión, de sus propios pulmones podridos en otro cuerpo, en otro espacio, en otra historia. De la muerte prematura que se acercaba al escritor alcoholizado, drogado, enfermo, veía el cabezazo contra el espejo en el cual estaba observando su propia ruina, su propio tedio, sus propios errores.

Lisandro se sentó en el filo de la ventana del piso en el que vivía su padre.

El décimo.

Cansado de ver y oír…

No sufría por si… pocas cosas de las que hiciera bien o mal lo atormentaban. Al contrario, adoraba equivocarse, meter la pata, sufrir, llorar… todo eso venía seguido de risas, encuentros, amores, abrazos, pruebas de vida, de fidelidad, de confianza… Bellas cosas que ya había experimentado, pero que en cada nuevo suceso era tan diferente, tan intenso.

Cada relación era tan nueva, por más de que las vidas pasadas las hubiesen desgastado… por más de que el otro no lo recordara, Lisandro se veía a sí mismo y al otro en lugares impensados.

No, la verdad ya no sufría por sí mismo…

No quería hacerlo y ya no sabía como…

Sufría por los demás. Los demás y esos errores de los que era (parecía) imposible rescatarlos, lo agobiaban, hacían saltar las lágrimas de sus ojos, le daban ganas de arrancarse a tiras la piel para demostrarles a los otros que había algo peor que todo aquello: el egoísmo de la locura, de la enfermedad o del suicidio.

Miró atrás y vio a su padre en el suelo.

Roncaba potentemente, con varias botellas de vodka y wisky a su alrededor.

El piso estaba bañado en alcohol casi puro y sangre que se mezclaba de algún golpe que el hombre, borracho, se había dado contra algun mueble.

Lisandro volvió a dar una pitada al cigarrillo y meció sus pies en el vacío.

La caída de aquel hombre, en los últimos años, había sido más grande que el vacío que había debajo de Lisandro.

Allí, en el suelo, hediendo a alcohol, a tabaco, a vómito y mierda, estaba el hombre que había amado… y siendo hombre no tenía vergüenza de decirlo: su padre en algún momento había sido su ejemplo, su héroe, su gran pasión.

Era quien le había enseñado mucho... todo lo que sabía en esta nueva vida.

Le había enseñado los caminos a tomar y le había señalado el mejor, sin descartar que siempre habría otros caminos llenos de errores que se abrían a los costados… pero que podía volver al correcto con lo aprehendido en los malos, sin arrepentirse de lo hecho.

Le había prometido que nunca se quedaría solo por más errores que cometiera.

Le había hablado del valor, de la confianza, de la amistad, de la fuerza, de la pasión por el trabajo, por lo que uno hacía o quería hacer.

Le había enseñado a no desistir…

A seguir creciendo.

A aprender.

A tomar la vida como el viaje más bello.

A vivir intensamente hasta las cosas más pequeñas.

A valorar su vida y la de los otros…

A valorar los errores, las malas experiencias y a sobrepasar las debilidades.

Y el vacío, realmente, al que había caído aquel hombre tirado en el suelo, era más grande que el que se abría a los pies de Lisandro.

Lisandro no tenía una vida mala.

Era feliz.

Reía seguido.

Amaba a alguien.

Trabajaba bien (no de lo que quería, pero era joven, solo tenía 23 años, ya pronto arrancaría su verdadera vocación).

Le gustaba “estudiar” (nunca estudiaba, solo aplicaba las herramientas que le daban, pero no tocaba un libro hasta el último momento).

Tenía poquísimas cosas materiales a las que atarse.

Y sabía lo que quería, lo que amaba, lo que le apasionaba…

Había aprendido todo de aquel hombre destrozado en el alma, que yacía en el piso…

A Lisandro, aquel hombre, le dolía.

Le dolía los dolores de los demás.

No lo dejaba ser completamente feliz lo que lo rodeaba (el mundo, la realidad, la gente, esos dolores y caídas que no terminaban, el no poder ayudarlos a dejar de caer).

No podía volver a observar al hombre detrás suyo.

Lisandro miró una vez más el abismo debajo de él.

Simplemente desapareció, como había prometido que haría alguna vez.


Y yo estoy, sentada en el suelo sin saber que hacer con ese cuento arrugado que quería darle a mi padre...

jueves, 19 de noviembre de 2009

Pasado: Días sin Cuerpo


Ser un alma al viento puede ser la experiencia más gratificante de todo aquel que no se ata a la tierra, es simplemente ser etéreo y descubrir que aire es un suspiro eterno de la Madre...
Ser un alma al viento, me enseñó mucho del mismísmo viento en sí.


El viento, el aire, la brisa, llámenla como quieran, puede ser tan incoloro para algunos, que solo lo perciben cuando desacomoda cabellos o se enreda en las hojas de los árboles hasta hacerlas cantar...

Pero justamente, el viento es eso: un color que es invisible al común de ustedes... humanos... y un sonido constante que solo muy pocos se atreven a tratar de descifrar.

Es una exhalación constante.
Son los suspiros perdidos de millones de enamorados, de niños que lloran desconsolados, el aliento de los dormidos, que bostezo de los que despiertan, pequeñas brisas creadas por todos y a la vez por nadie, que se han perdido en el tiempo y vagan en el espacio.
Es el grito mudo en la garganta moribunda o el soplido de los años que se van.

El viento, la brisa, el aire, el suspiro de la tierra es recuerdo Pasado, Presente, Futuro y movimiento de cada uno de ellos.

Es tierra enfurecida que se mete en los lagrimales de los hombres

Es tormenta marítima que asesina y calma las almas aventureras o deslumbra y ruge con los que exclaman emocionados la vida ante los desafíos del agua profunda.

Pero en sí, el viento es una caricia constante que crea esa madre para sus hijos en la tierra.

El viento parecía no tener color, sabor, ni cuerpo; no podía exhibir plumas, ni bailes, ni miradas.
El viento en algún momento se convirtió en un largo lamento mudo alrededor de la tierra.

Sabía que podía levantar el velo de las enormes faldas, pero eso complacía a unos pocos testigos presentes y sonrojaba a las niñas de pestañas presumidas.

O que era un estorbo en los pisos de las señoras fregonas a las que intentaba regalar tierra, flores, hojas y plumas (y siempre era maldecido).

Y sabía que su caricia era tan etérea que con el tiempo era olvidada por los hombres que se volvían de piel de piedra y rutina, la volverse sus corazones insensibles a las chispas de la vida.

El viento, entonces... robó el sonido.

Descubrió que era un creador de música, con ser simplemente aire, brisa o huracán.

Dirigió la orquesta más grande de mosquitos y moscardones en el mundo, a la que se sumaron colibríes, libélulas, escarabajos y chicharras. (1)

Después aprendió a meterse en las hendijas, los aleros, las esquinas y casas embrujadas y se divirtió asustando a niños con lamentos inventados o exaltando la imaginación de algún escritor que aún sabía escuchar.

Enseñó a cantar a los árboles y sus mejores alumnos fueron los sauces y los álamos. (2)

El viento luego creo formas.

Se llevó las lágrimas de una joven que lloró la muerte de tres álamos a los que amaba por su canto en los días de viento y convirtió esas gotitas en rocío para las raíces secas.

Convirtió el pelo de la gente en nidos y madejas imposibles de desenredar.

A los papeles y bolsas de plástico en danzarines excepcionales.

A las hojas secas en lluvia sin agua.

A las flores en perfume flotante.

El viento robó el color de las burbujas, de las hojas, de la tierra, del agua, del fuego, de las nubes, de la luz y las sombras.

Creo un mundo en los cielos y lo bajó a la tierra en forma de miles de cosas que se movían de aquí para allá, bailaban entre la gente, arrancaban casas de tirón, volcaban todo a su paso...
O simplemente era viento, brisa, aire que abrazaban a los jóvenes amantes en un día de frío, a alguien que recordaba el calor de los brazos de su amor, o que mecía los cabellos de aquella joven que saltaba desfachatada y feliz por la calle dejando que sus largos mechones se desacomodaran.

Meció la silla de la anciana sola y olvidada.
Se hamacó junto al niño que todos dejaban por ser extraño.
Fue el último en besar la frente de los que morían solos en batalla.

Robó el sonido de los guijarros atados, para cantar con dulces voces, adormecer hasta la muerte a los viejos cansados o despertar los ojos curiosos de los niños que vivirían mucho.

Y llevó las melodías de las sirenas a los suicidas hombres enamorados. (3)

Y apartó a los que se hacía llamar dioses cuando los hombres querían hacer travesuras y comer manzanas en los árboles más altos.

También provocó revuelos de plumas en los que se hicieron llamar ángeles y enfureció a muchos al burlarse de un poder que se adjudicaban y que solo era de las criaturas reales.


Y por supuesto, surcó los cielos en mil formas y colores, junto a las criaturas que volarán eternamente...

El viento, señores, es una gran Vida que ninguno de ustedes ha logrado descubrir.






Notas de este escrito que mi carácter egocéntrico no puede omitir (no me perdonen por serlo, me encanta):
(1) El hombre, lógico, suplantó esa música con horribles sonidos chirriantes, escandalosos y atomizadores para acabar con algunos de los bichos... así perdimos al mejor barítono mosquito de la historia, cabe aclarar.
(2) Según mi parecer los álamos y los sauces son los mejores cantantes, puede usted estar en desacuerdo y la verdad, a mí, Uutsio, no me importa.
(3) La primera vez que los vi en acción con mis propios ojos no paré de reírme y de repetirme que eran unos reverendos estúpidos.

martes, 3 de noviembre de 2009

Presente: Pintores y Locos...

Estériles.

Eso son los "nuevos museos".
Estériles.
Las manos de los pintores son madres que no pueden parir una sola idea nueva; las manos de los escultores son madres de huérfanos.
Los lápices, los óleos, las acuarelas, se pierden abandonados ante la desgracia de una máquina que reproduce a los pintores de ojos esmerilados y perdidos en un mundo artístico ya atravesado por otros.
Voy flotando en la vorágine de pasillos blancos, demasiado iluminados, cegantes, con "obras con sonido", "obras móviles", mucho colage, la estatua de una mujer sentada en un mingitorio, un falo rosado, un caniche azul y verde embalsamado…
Color, demasiado, luz, mucha... desean dejarte ciego en un torbellino de cosas inentendibles...
La tienda de un chino que vende miles de cositas baratas está menos abarrotada.
Me alejo de aquel lugar.
Busco Luz de Verdad.
Busco Aire.
Busco algo que despeje mi cabeza antes de que estalle en confeti.

Un pasillo se abre lejano, solitario.
Se suceden baldes de arena, matafuegos, carteles de salida, indicaciones… Quizás a alguien “original” se le ocurrió hacer una obra con… encuentro un cartel que dice “Emergencia Y Salida… De…”
Fulanitos. “Artistas”.

Delante, de una habitación apartada sale luz que parece humo. Se despliega en extrañas volutas que bailan con formas extrañas, firuletes delicados, arranques de desesperación hermosos.
Con cautela, entro, como si temiera algo allí.

Las paredes parecen desgarradas por personajes que estiran sus manos para tomarme.
Frases recorren el lugar y mil verdades se agolpan en cada una de ellas y se reproducen en mis labios como un susurro grotesco.
Me acerco a una mujer que ha sufrido y está quebrada. Una mujer que no se reconoce a sí misma ni a través del espejo, ni a través de sus propios ojos. Es la única que no desea salir de la pared, porque cree que nunca saldrá. Las palabras la envuelven y se vuelven poesía y lápiz negro. La mujer quebrada es la que desgarra la habitación y hace que los otros personajes deseen huir de aquellas paredes.
La verdad, nunca se ha visto reflejada, la verdad siempre ha sido una utopía… pero se plasma allí, en esos rostros, en esas personas, en esas vidas traducidas en miles de colores que destacan sentimientos propios.
No puedo despejar mis ojos de ellos.
Los absorbo, ¿me absorben?

Sin poder despegar la mirada de los seres que rozan mi cabello, mi rostro, por el rabillo del ojo aparece una criatura de humo oscuro, cabello escandalosamente amarillo, mirada y sonrisas brillantes. Parece que se escapa de entre las paredes y me susurra al oído con voz suave que quizás nadie quiso todo aquello, nadie quiere ver lo que tienen para mostrar los pinceles que pintaron esta habitación.

“Quizás nadie quiera verlo por no verse a si mismo”, murmuro y cuando busco a la criatura, ha desaparecido… la habitación está en blanco y solo al medio se erige un pedestal en donde yace una vieja lapicera negra, con manchas de tinta (tinta-sangre) a los costados.
Alguien ha escrito: “Nadie puede traducir la verdad, solo los locos que la pueden ver y pintar.”


Salgo de un mundo de mentes, ideas, verdades de luz y oscuridad. Vuelvo a la esterilidad de los nuevos museos.