lunes, 17 de agosto de 2009

Pasado: Despertar y Ver el Cambio

Se nos odiaba por ser el fin de dos Eras de resurgimiento y vida, por ser diferentes, porque algo parecía no estar bien con nosotros, que las golondrinas se iban, las mariposas caían rendidas, los árboles permanecían mudos (en realidad, estaban tan absortos en el fin de sus Eras, que no escuchaban la tan sonora reflexión triste y dulce a la vez de los viejos de madera, no escuchaban su cantar tan bajo y vertiginoso).
Me escondí, junto a otros hijos de Otoño, mis hermanos, los que quedaban vivos...
Nos apretujamos contra la piedra fría de una cueva olvidada en la confusión de la propia Madre... Era la cueva de su propio vientre donde había comenzado a gestar el niño viejo Invierno.
Sí, fría era nuestra estación, pero no era tanto como Invierno… Y sin embargo nos odiaban aún más… Temían tanto al cambio del color, a tanta tristeza luego de tanto esplendor.
Pero éramos simplemente eso: cambio, posibilidad de resurgimiento, descansar...
Y fue allí, en aquella cueva, en la búsqueda de la compañía, del contacto, de los mimos que se nos habían negado, donde nació uno de nuestros hijos: el calor del cuerpo desnudo. Luego vino el abrazo, seguido del deseo… Por último, entre nosotros, nació el sexo.
Nadie me lo cree, hoy cuando lo cuento, pero nosotros procreábamos a sexo, a hacer el amor, al perderse entre las sábanas de un frío lugar… y el calor se expandió, recorrió las praderas, pintó de dorado los árboles, de rojo fuego las hojas, de naranja, marrón claro, verde amarronado; todos los tonos plateados, los cobres, los ocres, el oro y el sol.
El sol frío, perezoso, iluminó sin calentar aquel paisaje que los otros miraron extasiados…
Nueva confusión a través del cambio.
(¿Qué tienen estas deidades que no comprenden?)
Y así, algunos salimos a jugar entre las hojas, que crujían con nuestros juegos, reímos ante las lluvias inesperadas y molestas, que revivían a las plantan o instalaban el frío en el lugar… y así creamos los cristales empañados, con mensajes de corazones; el chocolate caliente; los revolcones en la alfombra; los cantos cerca del fogón; los cielos despejados y fríos de las noches; el sexo para entrar en calor; los besos húmedo de lenguas calientes sabor a chocolate…
Amamos y crecimos, sin rencores hacia los hijos de Verano y Primavera que nos miraban calmados de sus tristezas y furias, pero sorprendidos de todo lo nuevo. Todo lo tocaban, olían, sentían (perderse entre las sábanas se volvió romántico en Primavera, sudoroso y excitante en Verano, necesario en posición cucharita en Invierno)
Cantamos tristes por nuestros amigos perdidos, escribimos largas poesías y nacieron así los niños de ojos grandes en todas las épocas, ojos que reflejaban la tristeza de sus almas, almas que eran las nuestras y las de nuestros hermanos…
La sonrisa triste, la mano que acaricia el rostro, el abrazo necesitado, las palabras justas, la canción perdida en el viento que derrama nuestras lágrimas, las lágrimas rebeldes que no queremos derramar, el amor al que tememos, la soledad, la distancia, los llamados telefónicos, la nostalgia, la sonrisas de chocolate, el reencuentro del abrazo deseado, la desesperación del deseo… Todos nacieron con nosotros...
El cambio hizo sonreír a la Madre e Invierno, sabio, altivo, sosteniendo con su báculo su cuerpo joven y cansado, viejo y vigoroso, susurró a su oído: el Mundo se está completando, Madre de la Tierra.
La Primera Hoja se recostó tranquilo contra el Viejo Árbol... El ciclo comenzaba de nuevo.

domingo, 16 de agosto de 2009

Presente: Levantarse al Son de Sol


Si no fuera porque hoy me levanté de buen humor, golpearía mi cabeza contra las paredes.
Prefiero bailar, por el estrecho pasillo de esta casa embrujada, sin más música que la que suena en mi cabeza, en los huesos, en algún rincón olvidado de África y que llega a mí a través de alguna vida pasada.
Saludo al espectro transparente que aparece siempre en la escalera y bailo para él estirando los brazos, dando una vuelta, bajando la escalera deprisa, rozando el suelo y volviendo atrás en una vuelta lenta, arqueando el cuerpo gatunamente.
Me río de mi propio baile, tontamente, sin más música que la de mi alma.
Hoy me desperté feliz, dementemente feliz.