Sali a la calle con los sentidos que dolían.
Dolían los oídos de tantas horas de escuchar y escuchar reclamos, ardían por dentro, oprimían la cabeza, absorbían los sonidos del aire de tal manera que se creaba un mundo cercanísimo a mí y sin embargo el tango triste estaba en la otra esquina del arrabal, el llanto del niño del otro lado de la plaza, el canto del viejo loco quizás a más de dos cuadras, el ladrido de los lobos carroñeros (pobres perros famélicos y sarnosos) de seguro venía desde los confines de este barrio vacío, las risas, los aplausos del cumpleaños cercano se mezclaban con el pasar de un auto destartalado y todo estallaba en mí como una jungla de sonidos rebeldes.
La piel se erizaba y rompía, ardía, con el roce del viento suave, un vendaval para mi cuerpo, un castigo para las manos agarrotadas de frío y el pecho que parecía desnudo ante aquel contacto gélido del invierno que se va (la última helada, el último beso frío de mi amor invierno...) El beso se siente lacerante en los labios mojados y congelan el aliento en un suspiro interminable.
El aliento se vuelve fruta madura de beso de invierno, beso de alguien perdido en los confines de esta tierra que separa los cuerpos, condena al tacto, iguala a las almas en planos extraños. Sabores de mar de sal en medio de las sierras circundantes, de ciudad añeja y olvidada por quienes la caminan, de café del bar cercano, de chocolate (prohibido), suben hasta exhalarse en el último suspiro y mezclarse con el perfume recordado, tortura de mis sentidos, verme allí, perdida entre los brazos de un abrazo de oso, olor a terminal subterránea, a una despedida indeseada, a beso que no se olvida... a muchas cosas...
Respiro una vez más y exhalo una figura, pero no deseo mirarla, sigo caminando en una carrera imparable, con los sentidos que se aprovechan de la debilidad del alma y la torturan tan físicamente como al cuerpo.
La figura se adelanta, se vuelve sombra.
Duelen los ojos de halcón, que todo lo ven, ven a la distancia, sobrevuelan la ciudad, observan derredor, dentro de las paredes, de las almas.
Ojos grises que escrutinian detalles, nimiedades, verdades...
Ojos que no paran de mirarte, de buscar en cada gesto la sonrisa lejana, que no paran de encontrar los detalles, nimiedades, verdades buscados...
Mierda... Me duelen los sentidos...
lunes, 7 de septiembre de 2009
Presente: Sentidos que Duelen
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